Buceando por la red cofrade, no he podido resistir el insertar este escrito de David Remedios Solís, sacado de Alma Cofrade y lo hago como mió porque me identifico plenamente con el.
Gracias David
Lo recuerdo como si fuese ayer. Mi primera procesión de la Madrugada como hermano de carga, tras haber estado varios años llevando el incensario, los ciriales o incluso la cruz parroquial. Por aquel entonces di un estirón hasta alcanzar casi hasta la altura que tengo ahora, y cuando me puse a cargar me tocó ir al Calvario, el más grande y pesado de la noche nazarena del Viernes Santo. En la plazuela, tensión, nervios, alegría también por haber llegado la hora... eran las cuatro de la mañana y los turnos ya se iban haciendo. Yo era un jovenzuelo grande y alto, inexperto en la carga pero con muchas ganas de aprender y disfrutar con el sacrificio de llevar un paso sobre mis hombros. Rezaba al Señor para que me diera fuerzas y también para que no fuese un obstáculo para mis compañeros. Pero fue fácil superar el trance, ya que tuve la suerte de ir a un paso donde los hermanos son enamorados del dolor, obedientes, silenciosos y de una entrega casi marcial. A donde haga falta van, sin rechistar, sin peros, sin quejas. Solo los resoplidos del esfuerzo del cuerpo cansado sobre el cogote del de delante denotan, ya a lo último de la procesión, que las fuerzas van agotándose y los hombros van estando ya adormecidos y agarrotados. Pero todo esto sería casi nada si frente a nosotros no tuviéramos alguien en quien mirarnos, una persona que nos lleve con el cariño, el respeto y la devoción que merece el hecho de vestir la túnica morada con la Cruz de Santiago. Y en esta ocasión fue un gran maestro: nuestro hermano Ángel Polo. Un galiche por los cuatro costados, al igual que su hermano Paco, que nos enseñó lo que necesitábamos saber sobre la carga: sufrimiento, aguante, obediencia, devoción y silencio. Y Cristo sobre nuestros hombros amoratados. Recuerdo perfectamente su figura, sus gafas con las que oteaba los aledaños del paso y nuestros pies, vigilando que las andas y la Imagen no rozasen en ninguna pared u obstáculo de las estrechas callejuelas por las que pasábamos, cuidando de que no tropezáramos en ningún sitio... y sus órdenes tan certeras. No nos permitía soltar el paso cuando bajaba a las horquillas... ¡qué hombre tan sabio, qué buen jefe de paso! Hoy, cuando me pongo frente a mi Señora de Misericordia la tarde del Domingo de Ramos, recuerdo cómo Ángel nos llevaba en el Calvario, y trato de aplicar sus enseñanzas y sus formas de hacer frente al Paso, aunque he de reconocer que con más desatinos que aciertos. Lo poco o mucho que sé lo aprendí de él y de su hermano Paco, mi amigo y admirado Paco, a quien el día del funeral de Ángel le brotaban las lágrimas por sus ojos expresivos y vivarachos, que ese día se vistieron de pena y melancolía. Cofrades -y hombres en general- como estos hay pocos; íntegros, serios, sabios, licenciados en la universidad del mundo y de la vida, amantes de lo bueno y de la honradez, de la sonrisa y de la amistad, baluartes del saber hacer frente al Paso y a los Hermanos de Carga, y que se retiran cuando el fotógrafo va a disparar porque son de los que piensan que el protagonismo han de tenerlo la Imagen Santísima que se procesiona y los Hermanos sufrientes que lo cargan. Siempre en nuestro recuerdo, Ángel, allá desde el cielo, vela para que sepamos ser tan buenos cofrades como tú lo fuiste, tan responsables en nuestras acciones y tan dignos de vestir la túnica del Nazareno como tú la llevabas, con humildad, pero también con dignidad, orgullo y honor.
David Remedios. Cofrade.
Homenaje a Ángel Polo "Galiche"
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